17.8.06

En una pequeña isla...


Ana se levantó muy temprano aquella mañana. Como cada día, ayudaba a su padre a amasar el pan que más tarde venderían a los pescadores que marchaban al mar en busca de algo de dinero. Entre el olor harina y el calor del horno, fantaseaba con poder navegar algún día en majestuosos barcos, buscando lugares que descubrir...
No muy lejos de allí, sentado en su camarote acompañado de su botella de ron, el viejo capitán empezaba a cansarse de su larga temporada sin pisar tierra firme. Tocaba su barba, negra y algo desgastada por el sol y el mar, mientras su tripulación continuaba en cubierta festejando motines ya olvidados... ¡capitán! suba a ver esto, dijo el joven Esteban. Cogeando por las escaleras, salió a proa. Sus ojos relucieron de placer, después de tantos días, un pequeño pueblo se divisaba en el horizonte. ¡jajaja! La diversión nos espera muchachos!, ¡a toda vela!...
Cogío los panes recién hechos y los colocó en bandejas, ya casi había acabado. Ana se limpió la cara y salió a abrir la puerta para empezar la venta. Juan estaba ya en la puerta, como cada mañana, madrugaba para poder tener la mejor pesca del pueblo, sólo él conocía los sitios donde coger los peces más exquisitos. ¡buenos días pequeña!, ¿cómo estás hoy?. Ana sonrió mientras guardaba los panes en saquitos. De repente, la campana de peligro del pueblo empezó a sonar. No te muevas pequeña, iré a ver que pasa, dijo Juan mientras salía de la tienda.
Ana corría escaleras arriba hacia la azotea, asomándose a ella, no pudo evitar una sonrisa...
Piratas....

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